Aprender a punta de caídas:

Niños venezolanos conjugan integración y amor en una rampa de skate

El locutor caraqueño Oswaldo Graffe fundó Zona Skate, un proyecto social que une a los niños venezolanos y brasileños en Boa Vista gracias a las patinetas

Edixon Jesús Peraza se lanzó solo en la rampa minutos después de que nos fuéramos. Me hubiese gustado presenciarlo, hacerle preguntas y que respondiera con monosílabos: –“¿Cómo te sentiste lanzándote?”. “Bien”. “¿Fue difícil?”. “Normal”, “¿Estás emocionado? “Mmju”–. Pero no lo vi. El video me lo envió por whatsapp Oswaldo Graffe, su profesor venezolano y fundador del Proyecto Social Zona Skate, en el que Edixon patina. “El mismo día que ustedes vinieron se lanzó por primera vez”, escribió. Lo que me gusta del video, más allá de que Edixon se lanzara, es que casi termina atropellando a uno de sus amiguitos. Los logros no ocultan el carácter, lo sacan a la luz. Edixon es un personaje del Viejo Oeste, un forajido.

Forajidos, rebeldes, problemáticos, los skaters suelen ser incomprendidos en el hogar. “Siempre hay un niño así en la casa”, dice Nayeliz Espín sobre Edixon, su segundo hijo de tres. Tony Hawk, el Dios del skate, lo era en la suya, por ejemplo. Sus padres no hallaban cómo controlarlo y encontró un refugio saltando, corriendo y haciendo trucos con niños idénticos a él. Lo mismo sucedió con el brasilero Bob Burnquist, máximo ganador de medallas en los X Games. No quería estudiar, vivía fugándose del colegio. Tenía solo un deseo: llevarse al límite haciendo skate. De Edixon podría decirse lo mismo: en casa te vuelve loco, en Zona Skate deja que hable la patineta.

Su mamá describió su rebeldía. Dijo que se dormía y se despertaba tarde, que cuando le ordenaba sentarse se paraba, que era contestón en la escuela y que en vez de hacer las tareas rayaba los cuadernos con dibujos. Era como ponerle un collar a un perro salvaje.

Pero los ladridos, eventualmente, pararon.

La primera en notarlo fue su maestra brasileña en la Escuela Martinha Thury Vieira:

–Oye, noté algo extraño –le dijo a Nayeliz.

–¿Qué fue? –contestó.

–Le dije a Edixon que no hiciera tanta bulla y me sorprendió que me dijo: “Está bien, profesora…”. 

¿Qué le hiciste?

Oswaldo Graffe fundó Zona Skate en 1996. Arrancó entre Caracas, Guarenas y Guatire, coincidiendo con el auge del deporte gracias a los primeros X Games, que se hicieron en 1995. Oswaldo, sus hermanos y sus panas ruleteaban las calles como los Amos de Dogtown y organizaban competencias en la capital. Luego, se pusieron serios. El Chino, un convive de Oswaldo, fundó su propia escuela de skate en Chacao; y Oswaldo, que priorizaba los negocios, siguió haciendo competencias. Durante 15 años vivió de esto y de trabajar en la radio, pero todo cambiaría en 2011.

Oswaldo conoció todo el país gracias al skate. Y esa patinadera lo llevó a Santa Elena de Uairén, último pueblo del estado Bolívar a 15 kilómetros de la frontera con Brasil. Allí se instaló con su esposa Alejandra Venot, hizo su casa en una comunidad del pueblo pemón y montó un programa de radio. Luego de organizar una competencia en el pueblo, Oswaldo replanteó la visión que tenía sobre Zona Skate. Notó que en Santa Elena nadie sabía patinar y que enseñarlo se le daba fácil. Así se fraguó su amor con la docencia: dando clases gratuitas a niños indígenas.

Mientras Oswaldo y Alejandra vivían en Santa Elena, la inflación venezolana se movía como una locomotora:

A 62,2% en 2014, 121,7% en 2015, 254,9% en 2016, 438,1% en 2017 y una espantosa velocidad de 65.734,1% en 2018

de acuerdo con cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI). Por ende, la pareja decidió unirse a los más de 5 mil migrantes, que según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), salían diaria y forzadamente por las fronteras de Venezuela en 2018.  Atrás dejó su casa y su programa de radio, pero se llevó su patineta.

Llegó a Boa Vista, Roraima, en 2019 y se puso a patinar de inmediato en las rampas del Parque Ayrton Senna. Allí notó que muchos niños venezolanos deambulaban por el sitio queriendo ponerse a prueba, pero nadie les enseñaba. Él decidió hacerlo. Poco después conoció a un coronel que le ayudó con un proyecto de enseñanza de skate dentro de Pricumá y Rondón I, dos de los seis refugios de la Operación Acogida, una respuesta federal del Gobierno de Brasil para atender la crisis migratoria venezolana. Estuvo ocho meses en los refugios hasta que ese coronel salió, entró otro y se acabó el proyecto. Las patinetas de nuevo en casa, pero el espíritu indomable. Entonces conversó con su esposa sobre la idea:

–Gorda, ¿será que yo le digo a la dueña de la casa que tengo un proyecto y me gustaría hacerlo acá?

¿La dueña? Encantada. Les dijo que no se preocuparan, que mientras cuidaran la casa podían recibir a quienes quisieran. Y así renació su proyecto patinetero. Con una cereza en el pastel: el adjetivo social. Ahora se llamaría Proyecto Social Zona Skate. 

Edixon estaba en el tercer nivel de preescolar cuando su familia decidió migrar. Su mamá vendía helados artesanales en Maturín, en el oriente venezolano, pero el dinero no alcanzaba. Su papá acababa de irse a Boa Vista para sostener a la familia, pero extrañaba a su esposa y a sus hijos y les rogó que se fueran. Además, aspiraba que Brasil fuera un país donde pudiera darles una mejor vida. Así que el chico de ocho años y sus dos hermanos se unieron a los más de 190 mil niños y adolescentes venezolanos que emigraron a Brasil entre 2017 y 2024, según el Observatorio de Migraciones Internacionales (OBMigra).

Edixon dejó Maturín para soportar un viaje en autobús de 15 horas por la Troncal 10, carretera que atraviesa el estado Bolívar hasta llegar a Brasil. La idea era llegar a Pacaraima, en la frontera, y terminar en Boa Vista. Pero quien ha hecho esta travesía sabe que, a la mitad, quieres devolverte. Alcabalas de la Policía Nacional Bolivariana (PNB), de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y pueblos dominados por delincuentes debido a la minería ilegal: la ley del Viejo Oeste. Y algo mucho peor, al menos para los niños: no hay dónde estirar las piernas, comer, ir al baño. En términos patineteros: es como lanzarse solo en una rampa.

Cuando llegaron a Boa Vista en diciembre de 2022 las fechas para inscribir a los niños en el colegio estaban por cerrar. Nayeliz no pudo hacerlo y perdieron el año. ¿Ahora qué? Aprender portugués. Ella lo incentivó por encima del español para que no comenzaran las clases desorientados. Sin embargo, controlarlos se le hacía difícil. ¿Cómo lograrlo viviendo en una habitación en la que una familia de cinco personas comparte una cama y un baño? Eso sin contar los momentos de precariedad que se avecinaban.

Al papá de los niños lo botaron de su trabajo. Por ende, Nayeliz se encargó de la única manera en que podía hacerlo: pidiendo plata. Así conoció a Oswaldo y a Alejandra. Les pidió afuera de un supermercado y ellos, en vez de dinero, le dieron comida. Durante meses la apoyaban y animaban a salir de la mendicidad. Le compraban chocolates para vender y Nayeliz empezó a comerciar fuera de los supermercados. Sus tres hijos, cuando no estaban en la escuela, la acompañaban. Tal vez por eso Alejandra le preguntó dónde vivía y le comentó reticente sobre el proyecto de skate:

–¿De skate? ¿Qué es eso? 

–De patinetas. Ve, si te animas, aquí está mi dirección, aquí está mi número de teléfono. Te comunicas conmigo y yo te hago el censo para que tus niños participen.

Nayeliz regresó a casa esa tarde:

–¿¡No es pago verdad?! –soltó desesperado el papá.

–No es pago, en verdad que no es pago –tranquilizó la mamá.

–Bueno, no sé, llévalos.

Nayeliz reunió los documentos y metió a sus dos niños. A Isaac, su hijo mayor, no le gustó y pidió que lo sacaran. ¿A Edixon?: “Mami, sí me gusta”.

Edixon va a Zona Skate desde septiembre de 2024. Como es fanático de Spiderman, se monta en la rampa con sus zapatos rojos y su franela negra. Es Peter Parker cuando está en la patineta. Nayeliz aprovecha que ama su pasatiempo para enfocarlo. A menudo mediante amenazas: si no hace su tarea, si no obedece, si no se porta bien en la escuela, pues no patina. Hay días en que le salen trabajos de un día y le dice “papi, no te puedo llevar” y el niño llora porque le encanta. Aunque él lo niega: “No me pongo triste”.

Pero es tajante cuando le preguntan por qué le gusta Zona Skate:

–Porque es lo mío más favorito. 

Porque, palabras grandes, “me fascina”.

¿Por qué es importante que los niños hagan deporte? ¿Cómo los ayuda en situaciones de vulnerabilidad, o en contextos de migración forzada? Las respuestas varían según las fuentes. Marcia María de Oliveira, profesora en el Postgrado de Maestría y Sociedad de la Universidad Federal de Roraima, asegura que el deporte, especialmente en contextos de precariedad y violencia, interrumpe los ciclos de agresión y da estructura a los niños. Dice que logra que reorganicen su vida, su cotidianidad; logra que se transformen: “Son muchísimos casos en los que ha hecho milagros con los niños, tanto en el espacio de interacción entre ellos como en la reeducación y reorientación”.

Bianni

Tiene 10 años. Vive cerca de Loreannys y Dariannys. Es muy callada y tímida, pero su mamá dice que está muy feliz desde que entró a Zona Skate, porque solo habla de patinetas.

Loreannys

Tiene 10 años. Prefiere las arepas al arroz con frijol. No le gustan las groserías ni la bulla. Compite con Fellyphe. Cuida a Dariannys. Le gustan las pulseras rosadas.

Edixon

Tiene 8 años. Juega Free Fire en casa, aunque a su mamá no le gusta. El skate le fascina. Le gustaría pintar su patineta con la cara de un pitbull. Tiene mejores amigos en Zona Skate.

Dariannys

De 8 años, Dariannys es tremenda. Tímida delante de una cámara, bromea mucho con el profe de skate. Le gustan las pulseras amarillas. Sueña con ser doctora.

La hermana Terezinha Santín, coordinadora de la Pastoral de los Migrantes en Roraima y presidenta de la Cáritas Diocesana de Roraima, destaca que los espacios deportivos enseñan respeto y disciplina. Agrega que son maravillosos para integrar a niños venezolanos y brasileños. Es por eso que la Pastoral de los Migrantes los incluye en sus actividades de feligresía. “Jugando se enseña el respeto, la escucha. Toda la agresividad que uno trae consigo por diferentes situaciones se pone junto como posibilidad de aprendizaje, sea de los que viven acá [brasileños] como de los que vienen de otros países”, expresa.  

La psicóloga Gilvânia Carvalho trabaja en la Secretaría Municipal de Salud de Brasil y convive día a día con niños migrantes venezolanos. Ubica a la gran mayoría de pequeños que llegan al Sistema Único de Salud (SUS) en dos grupos: los que presentan Trastorno de Déficit de Atención (TDAH) y los que tienen Trastorno del Espectro Autista (TEA). En ambas condiciones la vulnerabilidad de ser migrantes exacerba sus síntomas, sea por problemas de aprendizaje debido al idioma, xenofobia o violación a sus derechos humanos. Dice que los niños venezolanos suelen ser muy inquietos, como Edixon, o muy retraídos. Y el deporte ayuda a su regulación emocional: “Es como una válvula de escape, como si el niño estuviera a punto de explotar y hay un agujerito que va a salir y eso que ayuda a que no explote sería el deporte”.

Angelina

A sus 8 años, Angelina ya sabe que quiere ser profesora de ballet. Pero se ve haciendo skate como hobby. A veces le lleva dulces al profesor de skate.

Fellyphe

Brasileño de 11 años. Es muy pegado con su abuela, que a veces lo acompaña a Zona Skate. Le gustan los papagayos. Después de la clase de skate, se va a jugar fútbol.

Todas estas explicaciones engranan con el rompecabezas de lo que se respira en Zona Skate. 

¿Integración? No solo entre venezolanos y brasileños, ya que patinan niños macushi, que es un pueblo indígena brasilero.

¿Disciplina y respeto? También. En Zona Skate los niños se anotan por orden de llegada y para lanzarse esperan el turno de sus compañeros. Además, ya baten la tabla contra el tubo de la rampa, que en lenguaje skater significa ánimo y respeto. 

¿Válvula de escape y una interrupción a la violencia? Por supuesto. Además del ejemplo de Edixon, Oswaldo contó la anécdota de Mayza, una niña macushi que ha vivido graves episodios de agresión. “Cuando llegó me sacaba el dedo, porque ella viene de un lugar rebelde”, detalló. Ahora le presta las patinetas para que practique en casa y ella las devuelve en la semana.

Pero hay una explicación más certera.

La encontré en Tony Hawk, Hasta que las ruedas aguanten. El documental arranca con el emblemático patinetero norteamericano, que con más de 50 años intenta sacar un 900, el legendario truco que él fue pionero en aterrizar. Hawk lo intenta 16 veces al inicio de la película. Se cae, maldice. Sin embargo, de nuevo a la rampa. Aunque fracase, se desespere y se frustre, siempre se levanta. Está dispuesto a sufrir para lograrlo. Y esa filosofía, muy particular del skateboard, refleja a los niños migrantes venezolanos. Como dice Oswaldo: “la práctica los hace no rendirse”. O como la famosa canción de Chumbawamba: Me noquean, pero me levanto de nuevo [I get knocked down, but I get up again].

La unión de la familia Rivas hace que la migración sea más sencilla para los niños. Foto: Andrés Camacaro

Dariannys, la hermana menor, quiere ser doctora y Loreannys, la mayor, policía. Hermanas, pero polos opuestos. Una es tímida, la otra bullera; una atrevida, la otra cauta; una lleva pulseras rosadas, la otra amarillas. Sus diferencias también se perciben en la rampa. Loreannys se lanza sola y quiere hacerlo mejor que los grandes; Dariannys no quiere aporrearse pero aporrea, sin querer queriendo, a los demás. 

Loreannys ya sabe hacer más de cinco trucos. Memorizó los nombres de dos: el rock & roll y el tesla. Dariannys apenas sabe uno. Oswaldo dice que es la alumna más miedosa que ha tenido. Lo atribuye a que la niña se desgarró el brazo en su casa y teme lastimarse. Él la entiende y le tiene paciencia. Loreannys, sin embargo, no tanto. A veces, cuando Oswaldo pauta clases los domingos con los más avanzados, Dariannys dice que quiere ir y Loreannys se entromete:

–No, tú todavía tienes ese miedo. El profesor no te puede seguir agarrando como una niñita.

Es que se toma en serio su deporte. Hasta se lleva la patineta para practicar en casa. Compite. Sobre todo con Fellyphe, un amigo brasileño que casi siempre le gana. Pero Dariannys, según sus compañeros, es terrible. Hacen onomatopeyas al preguntarles por su comportamiento. Ella asegura, a modo de broma, que el profe la trata mal, pero dicen que es ella quien no hace caso. Eso sí, reconoce que el profesor les enseña a tener respeto y a no decirle groserías a los otros.

Además del respeto, Loreannys y Dariannys trabajan en equipo. Cuando Oswaldo está cansado, los más avanzados asumen el rol de profesores. ¿Qué pasa si es el turno de Dariannys? Pues la profe es su hermana. Loreannys le da la mano y ella, dudosa, se aferra y se lanza. Cuando ya pasó la parte difícil, se suelta y Loreannys empieza a animarla: “Dale, dale, dale, dale, dale, ¡daleeeee!!”. 

Lisbeth Suárez, su abuela, dice que el skate las ha ayudado a ser independientes. Tienen un horario y sus obligaciones deben estar hechas para ir a patinar. Y aunque a veces hay que apretarles los tornillos, casi siempre son responsables:

“A ellas les gusta y bueno, hay que dejarlas. Porque si uno les quita esa responsabilidad, entonces imagínate: no tienen distracción. Y a mí me gusta mucho porque no están todo el tiempo encerradas”, destaca la abuela.

¿Loreannys y Dariannys son polos opuestos? Sí. 

Pero se divierten juntas.

Oswaldo dice que Angelina es una niña consentida. Y viendo su casa es difícil no creerlo. La familia Noriega, compuesta de Angelina, Dylan, José y Gregoria, vive en una habitación de un cuarto, un baño y una cocina. Sin embargo, cada miembro tiene su cama y cada cama los representa. La mamá, por ejemplo, tiene peluches de Lilo & Stitch, y Angelina tiene recortes de princesas pegados en su pared: Blancanieves, la Princesita Sofía, Frozen. Además hay fotografías de Angelina. ¡Por todos lados! Fotografías de ella con colitas, de ella en el colegio, de ella dibujando princesas, de ella vestida como una princesa. ¿Los zapatos para practicar skate? Rosados. ¿El conjunto para lanzarse en la rampa? Negro con rosado.

Cuando sus padres le comentaron de Zona Skate, ella pensó que era patinaje artístico. Así que fue a la primera clase engañada. Y contra todo pronóstico le gustó. ¿Por qué? Porque consiguió amigos, venezolanos y brasileños. Pero además de eso, Angelina descubrió facetas suyas que desconocía. Aprendió a ser perseverante y persistente. A su papá, por ejemplo, le da miedo que se aporree las rodillas o se golpee duro. A ella, en cambio, los golpes la hacen más fuerte: “A veces yo siento que me voy a raspar así con la rodilla, pero después pienso que soy fuerte, yo puedo”.

Angelina tiene ocho años. Su sabiduría es como la de Matilda.

Una tarde estaba haciendo trucos e intentó lanzarse en la rampa con Loreannys. Pero ocurrió un accidente y Loreannys le cayó encima y le jaló el cuero:

–¿Y tu mamá te regañó?

–No, no.

–¿Y cómo se lo contaste?

–Bueno, yo le dije: “Mamá, mira lo que me pasó”. Y ella me dijo: “Muchacha, ¿cómo tú te hiciste eso?”. Y yo me estaba riendo mucho. Me puso una crema de noche y se me curó.

–¿Y cuánto tiempo te tardaste en venir de nuevo?

–Vine al día siguiente.

–¿Por qué?

–Porque no me gusta faltar. Me dije: “Tengo que ser fuerte porque no puedo faltar”.

–¿Por qué no te gusta faltar?

–Porque pasan cosas divertidas.

Para inscribirse en el Proyecto Social Zona Skate solo se necesitan ganas de patinar. O en el verbo de Oswaldo: “ganas de darse coñazos”. Las clases son gratuitas. Oswaldo y Alejandra preservan el proyecto con los sueldos de su programa de Radio y lo que reciben por su trabajo como voluntarios en la Pastoral de los Migrantes. También hacen artesanía y han conseguido patrocinios de skaters profesionales, contactos que Oswaldo cultivó de tantos años como productor de competencias.

Las clases arrancan puntuales: martes y jueves de tres a cinco de la tarde, sábados de nueve a once de la mañana. Los que llegan primero anotan sus nombres en una pizarra, se ponen los zapatos, cogen las patinetas y se van lanzando. Ruth, Mayza, Luan, Luanna, Fellyphe, Edixon, Danyelo, Angelina, Víctor, Loreannys, Dariannys… 32 niños, 16 venezolanos y 16 brasileños, 18 niñas y 14 niños, 8 perros y 8 gatos.

En efecto, ocurren muchas cosas divertidas. Pero ¿en dónde reside el alma de esa diversión? Durante las dos horas de clase, solo bajaron y subieron una rampa decenas de veces. Los que no estaban haciendo eso daban vueltas, hacían trucos, jugaban UNO, acariciaban a los gatos. La diversión no residía tanto en lo que hacían en la rampa sino en que interactuaban y se estaban haciendo amigos. 

Porque como dice la socióloga Francilene Rodrigues, la única forma de derrumbar la xenofobia es integrándonos: “Si yo estoy conviviendo contigo, voy a tener otra visión. No esta que los medios hacen de los venezolanos: ‘que son malos, que no les gusta trabajar’. La manera de romper esa barrera creo que es con el deporte”.

Es por eso que las actividades de Zona Skate también alimentan el alma. Oswaldo cuenta que los niños brasileños copian cosas de los venezolanos, como ser más cariñosos entre ellos. “Se están tratando como hermanos, porque ven que los venezolanos son como que más unidos. Que se abrazan y andan pa’ arriba y pa’ abajo”. 

Cada 21 de junio es el Día de la Patineta o Go Skate Day. Oswaldo y Alejandra planifican una salida especial para los niños. Salen a las 8 de la mañana en Uber y patinan por toda la ciudad. “Nos hemos llevado a 8, 10, ¡hasta 14 niños! Y la hemos pasado increíble, y sale el que se porte bien en la escuela, el que se aprenda palabras en español o portugués”.

La socióloga Marcia María de Oliveira refiere a un libro de la pedagoga Rita Ferraz para describir la relación entre los niños brasileños y venezolanos: 

Prevalece entre los niños el lenguaje del amor. Por la interacción se superan todas las barreras, todas las dificultades que enfrentan, por ejemplo, en un refugio, en una situación de vulnerabilidad o de sufrimiento¨.

Oswaldo tiene dos hijos. Una de 24 y otro de 17. Si hay algo que lamenta en su vida es estar lejos de ellos. Dice que le carcome la conciencia. Su niña lo visitó hace un par de años. Vivieron juntos un tiempo, reconectaron. A su hijo sí que no lo ve desde chiquito. De vez en cuando intercambian fotos por whatsapp y el joven lo pone al tanto de su vida. Los extraña.

Nayeliz aún no precisa si el cambio de Edixon se debe a que entró a Zona Skate. Pero está convencida de que sí. Dice que se debe a Oswaldo, a su chispa. De hecho lo imita: “Sabes que si tú no haces tus tareas, mi hermano, usted no va a venir más pa’ acá porque ya su mamá se lo ha dicho”.

Edixon le dice: “Está bien, mami, está bien”, como a su profesora. Y se pone a hacer sus tareas para poder ir adonde las patinetas, en donde son bienvenidos niñas y niños, forajidos y no forajidos, brasileños y venezolanos.

CRÉDITOS

Texto:

Miguel Gamboa

 

Edición general: 

María Ramírez Cabello

 

Edición: 

Marcos Dagluck

Kristy López

Yumisay Rodríguez

Fotografía: 

Verónica Bastardo

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