Cantos de João de Barro:

Un nido de esperanza en un barrio de venezolanos en Boa Vista

Una escuelita en el patio de su casa en la ciudad más grande del estado brasileño de Roraima fue el germen con el que Victoria Escalante, una maestra de la región central venezolana, transformó su travesía migratoria en un espacio colaborativo para escolarizar y formar en valores a niños migrantes en un barrio de Boa Vista, Brasil.

Cantos de João de Barro: Un nido de esperanza en un barrio de venezolanos en Boa Vista

Una escuelita en el patio de su casa en la ciudad más grande del estado brasileño de Roraima fue el germen con el que Victoria Escalante, una maestra de la región central venezolana, transformó su travesía migratoria en un espacio colaborativo para escolarizar y formar en valores a niños migrantes en un barrio de Boa Vista, Brasil.

Cada sábado, antes de que salga el sol, Victoria prepara el desayuno de sus tres hijos. A los cuatro les espera un día movido. Miguel (20), Moises (17) y Víctor (9) deben activarse para ir a sus actividades deportivas en el barrio.

A las 7:30 a.m., Victoria —de 44 años, cabellera larga y 1.60 cm de estatura— se monta en su moto eléctrica con Víctor de parrillero. Entre las piernas, sostiene dos botellas de 1.5 litros de agua congelada y un par de vasos. Van a la cancha de fútbol que está a cuatro calles de su casa, un terreno de tierra clara, desmalezado y construido por miembros de la comunidad João de Barro, a las afueras de Boa Vista, en el estado brasileño de Roraima.

Victor está aprendiendo a manejar bicicleta y quiere llegar a la cancha solo, finalmente se rinde y su mamá carga la bici mientras va en moto. Fotos: Miguel Gamboa

Este barrio ha crecido rápidamente en los últimos años. Solo la calle principal está asfaltada. De resto, las vías alternas que conducen a las casas de los que allí viven —en su mayoría 

migrantes venezolanos— son caminos de tierra que dibujan una zona residencial entre urbana y rural, con varias viviendas en obra gris que ya están siendo habitadas.

Con una gorra para protegerse del sol, una cola de caballo que llega hasta su cintura y una camiseta naranja con las banderas de Venezuela y Brasil en su manga izquierda, Victoria pasea estas calles hasta encontrarse con los muchachos de la sub-17 del equipo de fútbol del Centro Social Cantos de João de Barro.

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João de Barro —hornero común en español— es un popular pajarito en Brasil de unos 20 centímetros. Su nombre en portugués viene de su forma particular de construir el nido para sus crías: macho y hembra recogen barro y crean una casita esférica con una pequeña entrada circular, dispuesta a lo alto de árboles, postes, lámparas o cualquier lugar adaptable. Su canto, dicen, se asemeja a una carcajada.

Inspirada en el ave, Victoria, oriunda de Calabozo, estado Guárico, pero criada en Maracay, estado Lara, en la región central de Venezuela, puso nombre a la iniciativa: Centro Social Educativo Cantos de João de Barro. “El canto es como decir ‘las voces de los niños’, que queremos que ellos sean escuchados, sean atendidos”, asegura.

La iniciativa nació el 30 de noviembre de 2024 con “la escuelita”, un espacio en el porche de su casa dedicado a escolarizar a niños y niñas migrantes venezolanos que necesitaban aprender portugués para integrarse a la escuela en Boa Vista. Luego se transformó en un pequeño centro educativo que usa el deporte como estrategia para formar e integrar migrantes.

“Hay muchos niños venezolanos que no tienen acceso a las escuelas porque es un proceso para ser admitido. Aquí las clases comienzan en febrero, y si un niño llega a mediados de julio, ya llega a mitad de año. Vienen sin los documentos de allá de Venezuela o no saben hablar portugués, eso también impide mucho el proceso”.

El nombre completo de Victoria es Kiancys Victoria Escalante Ceballos, aunque prefiere presentarse como Victoria Escalante. Cada vez que habla con tono suave y calmado, menciona a Dios o a sus hijos, su mayor orgullo. 

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Se formó como profesora en educación comercial y, antes de salir de Venezuela, daba clases de informática en instituciones públicas como la “Unidad Educativa Nacional Creación San Francisco de Paola”. Su misión de vida es educar con sentido social. En 2017 llegó a Boa Vista para ofrecerle una mejor educación y calidad de vida a sus hijos, en especial a Víctor, quien nació con algunas condiciones de salud —entre ellas, intolerancia a la lactosa— por el déficit nutricional que padeció Victoria durante el embarazo. 

“Allá en Venezuela no había comida ni medicamentos”, recuerda. No en vano 2017 fue conocido como el “año del hambre” en Venezuela. Ese año, uno de los más duros de la larga crisis humanitaria compleja, dos millones de mujeres en edad reproductiva sufrieron anemia en Venezuela, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Entre 2015 y 2018 era común ver largas líneas de personas afuera de supermercados comprando alimentos racionados. La escasez alcanzó 80%, de acuerdo con la Federación Farmacéutica de Venezuela.

“Entonces tomé la decisión de venirme a Brasil porque era el único sitio cercano para lo que me daba el dinero (…) Me encontré en una gran necesidad. Llegamos sin nada, solo tres bolsas con ropa, tres prendas de niño cada una, pero la misericordia de Dios está aquí y hubo mucha gente que me ayudó”.

En Brasil ha trabajado haciendo limpieza y como vendedora de helados. Ahora está dedicada 100% a su casa y a sus hijos. Con orgullo comparte que sus tres hijos estudian, y que los dos mayores han sido reconocidos por su desempeño académico.

Aquí en la casa, viendo las necesidades de tantos niños y escuchando las diversas problemáticas en la comunidad, me dio la idea de dar clases como tareas dirigidas”. 

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Como madre y maestra venezolana, Victoria plantó el germen de la escolarización y, pronto, nació una iniciativa colaborativa transcultural con foco en los niños y niñas venezolanos del sector. El mestre Michel, un atleta con más de 15 años en ejercicio, se sumó como instructor de capoeira y jiu-jitsu; y Antonio Fernándes, ex futbolista brasileño con más de 15 años como entrenador, se unió para dar clases de fútbol. 

“Le planteé este proyecto al mestre Michel. Él me dio el apoyo. Habló con personas que tienen escuela para cualquier donativo que quisieran mandar. Me consiguió pupitres, libros, mesa y así. Junto con otras personas, me han ayudado a obtener estos recursos. Así fue que empecé, no tenía nada”.

Entrenador, mestre y maestra voluntarios para un barrio de venezolanos a las afueras de Boa Vista. Fotos: Andrés Camacaro

Fernándes, en cambio, jugaba caimaneras en la cancha de la entrada del barrio. Victoria lo conoció cuando vendía helados en el sector, antes de fundar “la escuelita”. Tres meses después de iniciar el proyecto de escolarización, le pidió apoyo para que entrenara a niños, niñas y adolescentes y el 2 de febrero de 2024 dio la primera práctica de fútbol.

Un año más tarde, en febrero de 2025, el proyecto de Victoria atiende a 25 niños en la escuelita y 30 en el fútbol, y cuenta con seis colaboradores voluntarios para las actividades deportivas —fútbol, jiu-jitsu, boxeo y capoeira—, las clases de música y las actividades académicas —clases de inglés, portugués y matemática—.

Equipo de fútbol juvenil Cantos de Joao De Barro. Foto: Andrés Camacaro

Luis tiene 17 años y participa en todas las actividades deportivas del Centro Social Educativo Cantos de João de Barro. Su hermano menor está en el equipo de fútbol y su hermanita asiste a la escuelita de Victoria. 

En 2017 migró con su familia desde El Tigre, estado Anzoátegui, y llegaron a una hacienda en la que trabajaba su papá. “Llegué con diez años. Esa hacienda era maravillosa. Grande y me gustaba estar en la naturaleza. Había matas por todos lados, frutas, animales. Me encantaba bastante el viento pegando en mí y el sonido de los pájaros”.

Luis trabajó cortando monte y cuidando peces, pero no fue hasta que él y su familia se mudaron a João de Barro que empezó a ir a la escuela, a los 14 años. Allí, cuenta, se le “complicaron las cosas” porque no hablaba portugués. “No conocía a nadie, no sabía el idioma y no comprendía nada, solo unas palabras. Y en ese tiempo nos insultaban mucho a los venezolanos”.

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Su hermano menor se unió a las clases de fútbol, en abril de 2024, por invitación del profesor Antonio Fernandes. “Yo amaba el fútbol y quería jugar, pero no tenía dónde o con quién. Cuando descubrí que la señora Victoria estaba ofreciendo clases y mi hermano me invitó…¡Ay, Dios! Estaba tan alegre”.

Los sábados por la mañana, al igual que Victoria, Luis se levanta temprano para estar a las 8 a.m. en la cancha. Prepara un morral con una muda de ropa y una botella de agua, porque a las 10 a.m. debe ir a boxeo. 

Ni él ni sus compañeros cuentan con los implementos ideales. Algunos juegan con cualquier zapato deportivo que tengan, otros en chanclas, otros descalzos para no dañar el calzado que usan todos los días. Eso no les impide practicar en lo absoluto.

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El profesor Fernándes, ex jugador de fútbol amateur en Brasil en los 90’ y parte de los 2000, los recibe y trata por igual a pesar de las barreras del idioma: Fernándes habla en portugués y 15 de los 20 jugadores son jóvenes migrantes venezolanos.

En el deporte no hay mucho que traducir, y cuando están en la cancha se entienden. Porque el deporte es un mismo lenguaje. El fútbol es un mismo lenguaje”, dice Fernándes.

Durante la práctica, los muchachos van y vienen. Victoria observa a la distancia. Víctor, su hijo menor, se sienta en un banco de madera a ver cómo “los grandes” hacen lo que ellos quieren hacer. No puede esperar que sea domingo, el día de su práctica.

La temperatura promedio en Boa Vista es de 35º. El calor asfixia y no hay lugar para protegerse del sol. En la cancha solo hay dos arcos y un banco de madera construido por la comunidad. En medio del calor y la humedad amazónica, la sub-17 recibe indicaciones de Fernándes para mejorar la técnica, pero también su trabajo en equipo.

“Es un juego colectivo y de equipo. Por eso también implica disciplina y respeto por tu compañero. Entonces, no se trata sólo de jugar al fútbol, ​​¿no? Están tomando esa enseñanza. Hay algunos que tienen poco respeto, pero ahí estamos para guiarlos”.

Su motivación es educar a los jóvenes e inyectarles sueños mediante la disciplina deportiva. “Aquí en Brasil hay muchos jugadores venezolanos. Eso también es un incentivo para que los niños venezolanos sigan aprendiendo, pero hay que tener perseverancia y fuerza de voluntad”.

Ya es un cuarto para las 10 y Luis se apura a salir de la cancha. Agarra el bolso que dejó guindado en el único árbol del lugar. 

—Hijo, ¿para donde vas corriendo? Falta la foto —dice Victoria.

—Señora Victoria, es que se me va a hacer tarde para llegar a la clase de boxeo.

Luis corre 10 calles arriba, más cerca de la salida del sector que de la entrada, para llegar a la casa del mestre Michel y asistir a sus entrenamientos de boxeo, capoeira y jiu-jitsu. Luis se unió a las clases cuando su amigo del colegio, Abraham, le comentó de la escuela de capoeira en su sector.

“Mestre” en el jiu-jitsu es un título con una carga detrás que mezcla formación técnica, historia, liderazgo, sapiencia y mentoría. A Michel, todos —padres, colegas y alumnos— lo llaman “mestre”.

Su iniciativa, “Associação gospel Gaditas Capoeira”, es una escuela de distintas disciplinas deportivas en el porche de su casa, a la que niños, niñas y jóvenes asisten para aprender de este atleta con 18 años de experiencia. Allí, participan brasileños, migrantes guyaneses y, en su mayoría, venezolanos, la nacionalidad más numerosa en João de Barro.

Para Mendes, este proyecto contribuye de manera “preventiva” con los jóvenes. “Cada estudiante que tengo aquí es un delincuente menos en la calle”, dice.

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Francilene Dos Santos, socióloga e investigadora en temas de frontera de la Universidad Federal de Roraima, atribuye la gran cantidad de familias venezolanas en este sector, a que es una población con trabajos que no ofrecen más de un sueldo mínimo, unos 1.518 reales en enero de 2025 —US$ 268 aprox.—, en comparación con el costo de los alquileres de las zonas medias de Boa Vista que ronda entre $250 y $450 mensuales, según la plataforma de estimaciones del Costo de Vida en Brasil, Expatistan

Dos Santos identifica una vulnerabilidad para los jóvenes que allí viven: Las plazas, canchas y centros deportivos están hacia el centro de la ciudad, “y muchos de esos venezolanos no tienen acceso”.

Por ejemplo, el complejo deportivo Ayrton Senna, un espacio público con variedad de canchas disponibles a lo largo de una avenida, queda a 23 minutos en carro del barrio de Luis, 48 minutos en bicicleta y no hay una ruta de transporte público directa; las disponibles circulan hasta las 6:00 p.m.

Los tres hijos de Victoria entrenan con el mestre Michel. Víctor, el menor, prefiere la capoeira por encima de todo; mientras Miguel, el mayor, y Moisés se decantan por el jiu-jitsu; sin embargo, los tres participan en todas las disciplinas de Gaditas Capoeira. Víctor le suma los entrenamientos de fútbol promovidos por su mamá.

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Tanto la capoeira como el jiu-jitsu son disciplinas propias de Brasil, atractivas para jóvenes migrantes que llegan al gran país suramericano y encuentran en ellas una forma de integración deportiva en Boa Vista.

El mestre Michel empezó a colaborar con Victoria ayudando con su proyecto de escolarización, pero se transformó en un intercambio entre iniciativas. Victoria recibe niños para escolarizar o participar en el equipo de fútbol de Cantos de João de Barro, y los invita a Gaditas Capoeira. El mestre hace lo mismo. Ambos se ayudan para conseguir recursos, uniformes usados, implementos para sus casas e iniciativas.

La dinámica de entrenamiento entre los participantes es de familiaridad, compañerismo y apoyo mutuo, un espejo de la cooperación entre los adultos líderes del proyecto.

La capoeira es una disciplina tanto deportiva como artística. Su aprendizaje se da por observación e imitación, por lo que la atención al detalle y la disciplina son sumamente importantes. La Unesco identifica el entrenamiento como “Círculo de Capoeira”: el mestre toca un instrumento de una sola cuerda, y los discípulos tocan percusión, se improvisan cantos con palmadas, mientras una pareja en el medio realiza movimientos de lucha y danza.

Esta práctica es, tal vez, el momento más pintoresco de la mañana del sábado en Joao de Barro. Entrenador, instrumentistas, jóvenes, niños y niñas brasileños, venezolanos y guyaneses, se disponen en círculo en el tatami —espacio de lucha en jiu-jitsu— y durante 45 minutos, hacen movimientos similares a golpes y patadas al ritmo de la música. La tensión es palpable cuando toca moverse en pareja, pero todos están en sintonía, no hay accidentes y el ejercicio fluye con alegría.

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“Ese lugar no es solo para estar luchando con otros, si no familia. Es un lugar donde puedo olvidarme de todo lo malo y de lo que me ha salido mal. Es un lugar que de verdad amo y quiero”. Así describe Luis los fines de semana en Gaditas Capoeira.

Esa forma en la que Luis se expresa sobre sus entrenamientos, y la constancia de Victoria para brindar un espacio formativo diverso a jóvenes venezolanos es lo que el mestre identifica como “La alegría de vivir”, algo que, comenta, ha aprendido de todos los venezolanos con los que se ha topado.

“De los 27 estados de Brasil he vivido en 12. En ninguno vi esta alegría de vivir que veo en los venezolanos”.

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Gi o Kimono listo. Concentración y atención al detalle previo a la práctica de jiu-jitsu. Fotos: Verónica Bastardo

Sin embargo, el jiu-jitsu es de los entrenamientos más esperados del día y el último de la jornada sabatina. Es la oportunidad para aprender llaves nuevas, activar la competitividad y demostrar fuerza. Pero es más que lucha.

El jiu-jitsu brasileño es el resultado de una mezcla del jiu-jitsu japonés y el judo. Su nombre significa “arte amable”, pues la finalidad es conseguir que tu oponente se rinda sin violencia. Esto último es clave en la dinámica de aprendizaje, lo que diferencia a esta arte marcial de todas las demás, y lo que permite que sea una actividad ideal para jóvenes sin distinción de edad o género.

Es un aprendizaje “para la vida”, como identifican quienes participan en Cantos de João de Barro y Gaditas Capoeira, y es que en medio de la diversión y los retos del deporte, estos jóvenes migrantes venezolanos van internalizando muchas más enseñanzas. Lo mencionó Marcia de Oliveira, socióloga e investigadora de la UFRR: “Es conducir por la mano, para que el niño tenga una idea de lo que es y cómo está en la sociedad y cómo necesita comportarse para crecer”.

Luis aclara que no aprendió solo; el mestre “le enseñó” que el tatami no es solo para demostrar quién es más fuerte. “Me enseñó que hay momentos en que estamos encima y otros en los que estamos abajo. Hay días en que uno se equivoca y erramos, pero está bien equivocarse. Lo importante es trabajar duro para que mañana sea mejor”.

Es un aprendizaje “para la vida”, como identifican quienes participan en Cantos de João de Barro y Gaditas Capoeira, y es que en medio de la diversión y los retos del deporte, estos jóvenes migrantes venezolanos van internalizando muchas más enseñanzas. Lo mencionó Marcia de Oliveira, socióloga e investigadora de la UFRR: “Es conducir por la mano, para que el niño tenga una idea de lo que es y cómo está en la sociedad y cómo necesita comportarse para crecer”.

Luis aclara que no aprendió solo; el mestre “le enseñó” que el tatami no es solo para demostrar quién es más fuerte. “Me enseñó que hay momentos en que estamos encima y otros en los que estamos abajo. Hay días en que uno se equivoca y erramos, pero está bien equivocarse. Lo importante es trabajar duro para que mañana sea mejor”.

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Estos aprendizajes no pasan desapercibidos en los padres de los jóvenes que participan.

Renia, madre de Luis, sentía recelo. La práctica le parecía violenta y peligrosa, pero vio que él no solo estaba motivado sino más disciplinado en sus estudios. “Esos deportes le dan aprendizaje físico y social. Lo ayudan en su vida. Yo hallo que no solo enseñan técnica, también valores como respeto y determinación. Y aprende otra cultura, la capoeira y el jiu-jitsu son más de aquí de Brasil, entonces también lo ayuda a integrarse con sus compañeros”.

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Cerca de las 2 de la tarde culmina la jornada deportiva de los sábados. Michel, Victoria y los jóvenes se reúnen en el tatami para dar las palabras de cierre, una costumbre que tienen para disminuir la adrenalina y despedir a los niños y niñas con un mensaje final.

Ese sábado en particular, el mestre Michel reflexiona frente a todos sobre las retribuciones que él, Victoria y Antonio tienen de este proyecto. “No es financiero, es inmaterial. Eso que no tocas, como cuando ustedes demuestran algo que aprendieron aquí”.

Eso inmaterial se manifiesta en los deseos de superación que tiene Luis después de cada sábado, o la confianza en sí misma que ganó Aideli al descubrirse en el jiu-jitsu. Está en los amigos que ha hecho Dylan en sus prácticas de fútbol, o en los movimientos de lucha rítmica que ha aprendido Víctor en la capoeira.

A Victoria todavía le queda sábado por delante, pues el Centro Social Cantos de João de Barro dicta clases de música los fines de semana. Ella misma lo dice: “no tiene descanso”, pero tampoco se plantea claudicar. Victoria recuerda que hace un tiempo no tenían ni pelota ni mucho menos una cancha. Al comparar con lo que han conseguido en un año, se siente esperanzada.

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Cuando veo que mis jóvenes, mis compatriotas, están siendo aceptados y se están integrando, es satisfactorio. A veces son ellos los que me dan fuerza”.

Victoria llama a Víctor, que está calle abajo jugando con su amigo Dylan, para que se monte en la moto, porque regresarán a casa. Luis camina a paso veloz para no agarrar tanto sol. Christopher (11 años) agarra de la mano a su hermanita Gabriela (6 años), ambos migrantes guyaneses, mientras se despide del mestre Michel y promete que asistirán mañana a la misma hora.

El tatami ya fue recogido por los muchachos. El porche del mestre Michel queda limpio y vacío, listo para el día siguiente. Victoria se aleja en su moto con Víctor agarrado a su espalda. “Le voy a escribir a tu mamá para ver que llegaste bien a casa”, es lo último que le dice la maestra a Dylan, que cruza a una calle opuesta en su bicicleta. Su labor de enseñanza y protección no termina en las canchas o en las aulas.

CRÉDITOS

Texto:

Verónica Bastardo

 

Edición general:

María Ramírez Cabello

 

Edición: 

Clavel Rangel

 

Investigación: 

Verónica Bastardo

Samuel Bastardo

Fotografía: 

Verónica Bastardo

Andrés Camacaro

Miguel Gamboa

 

Grabación de audios: 

Miguel Gamboa

 

Edición de audios: 

Verónica Bastardo

 

Diseño y desarrollo web:

Roberth Delgado

 

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Un trabajo realizado en alianza